Por: Favio Germán Yáñez Arroyo
Ingeniero
Ambiental por el Instituto Tecnológico de Ciudad Madero y estudiante de
Ingeniería en Energías Renovables.favioarroyo@outlook.es
Para nadie
es extraño que nuestro país sea catalogado como uno de los
más ricos del mundo. La bondad de
su geografía, hidrología y orografía permiten desarrollar cualquier actividad humana,
pero sus riquezas no solo se miden por la producción que cada una de las
actividades aporta, sino también por la diversidad biológica que alberga esta pequeña región del mundo.
Los antiguos
pobladores de Aridoamérica y
Mesoamérica comprendían el contrato que sin querer suscribían al establecerse en estas tierras. Su desarrollo
fue permitido gracias al respeto que estos pueblos mostraban hacía la naturaleza. La admiración convertida en religión,
permitió conservar lo que ellos consideraban: regalos divinos. Los indígenas deificaban plantas, animales, bosques, ríos, valles, lluvia, viento, sol, luna, etc. Cada uno
de estos elementos fue protagonista de cultos, ritos, adoraciones, leyendas y
en general representaron a la cultura y modo de vida de las antiguas
civilizaciones.
Sin embargo
no todas sus actividades mostraban un respeto hacia la naturaleza.
Principalmente la agricultura, caza y pesca repercutían en la estabilidad de los ecosistemas.
Constantemente eran taladas áreas
boscosas para abrir camino a la agricultura; actividad principal que
proporcionaba estabilidad social a los pueblos. Pero la forma de vida y la
población relativamente baja permitía una pronta
recuperación de los hábitats.
Cientos de años
después, tenemos
una sociedad dividida en dos (ambientalmente hablando). La primera parte, es
una minoría que se encuentra preocupada por
la situación ambiental que se vive en el país y la
segunda está caracterizada por una
indiferencia hacía la crisis ambiental. A pesar de
esto, como pueblo hemos desarrollado múltiples
herramientas que nos ayudan a mantener un equilibrio ecológico, o al menos ese
es el objetivo en teoría. La triste verdad es que en la
práctica no hemos podido consolidar
lo que en leyes, reglamentos y normas hemos estipulado.
No hay que
dejar de lado que nuestro país junto con
Colombia, Perú, India y China albergan en
conjunto entre el 60 y 70% de la diversidad biológica conocida del planeta. México ocupa el primer lugar del
mundo en riqueza de reptiles, en mamíferos es
segundo y cuarto en anfibios y plantas. Tener clara la posición que ocupamos,
nos ayudará a dimensionar la importancia que
tiene cada ecosistema de nuestro país. La manera
en que llevemos a cabo nuestras actividades debe encaminarse a procurar el
bienestar biológico de nuestras especies. Ya que al procurar el equilibrio ecológico, nos beneficiaríamos enormemente.
Lograr la
transición hacía una sociedad verde no es fácil, tenemos dos importantes enemigos, sus nombres
son: indiferencia e ignorancia. La forma de ganar es mediante la educación
ambiental, no es tarea fácil, pero poco a poco la “minoría”
ambientalista del
país gana más adeptos. Si queremos conservar la riqueza biológica, la estabilidad social y
económica es necesario aplicar el total de herramientas que hemos desarrollado.
Tal vez no sería malo voltear al pasado y aprender
de las antiguas civilizaciones y su estrecha relación con la naturaleza. No hay
que olvidar que formamos parte de ella y que podemos hacer uso de nuestro
potencial científico y tecnológico para beneficiarla.
No, en realidad siento y pienso que regresar a las actividades de las antiguas civilizaciones sería un muy buen paso para mejorar muchos aspectos de la vida, como es la alimentación que tristemente se ha perdido el valor de nuestros productos mexicanos al consumir de otros países...
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